Opinión:
Aniversario 212 Instituto Nacional Carrera: Triste aniversario sin aniversario
Presidente de Letras Laicas
Después de doscientos doce años podemos decir con la vergüenza que corresponde que hemos logrado paralizar la celebración del aniversario de la institución educacional más antigua de la república. Sus enemigos externos y al parecer también internos, bien se comenta que hoy los tiene, pueden disfrutar de lo que con ahínco han perseguido desde su creación misma, desmoronar el Chile diverso y resuelto que se propuso asumir un papel de responsabilidad en lo personal y en el devenir social y en el buen sentido político de nuestra tierra, ciudadanos conscientes, trabajadores, estudiosos.
Las glorias pasadas, sus presidentes de la república, sus profesionales destacados en todos los ámbitos, sus intelectuales y artistas, sus premios nacionales, poco y nada significan en el actual proceso de descomposición del país, y más pareciera su suerte ser parte de este mismo deterioro.
Pero no es ésta la primera vez que nuestro Instituto Nacional se ve amenazado, aunque tal vez ahora la amenaza sea aún más peligrosa que cuando fue clausurado en 1814, como lo señala Domingo Amunátegui Solar en: “Instituto Nacional (1813-1835)”, la reconquista española, -(el enemigo)- quiso borrar en Chile, como se borra en una pizarra, hasta el recuerdo de los sucesos que se habían verificado en los cuatro años transcurridos desde la instalación de la primera junta de gobierno. Después de la victoria de Chacabuco, los patriotas se apresuraron a colocar en su programa de gobierno el restablecimiento del Instituto, aunque su reapertura se retardó otros dos años por las atenciones preferentes de la guerra.
Y no es que no hubiera pasado por problemas, ya en 1845 pese a la benevolencia de su rector Don Francisco de Borja Solar, estalló un motín estudiantil en los cursos superiores, y Solar se vio en la necesidad de pedir al ministro que le autorizara para hacer uso de castigos corporales como el cepo y el guante, valga, al más puro estilo inquisidor medieval, pero con permiso de la autoridad competente. Dice Domingo Amunátegui al respecto, que su rector, si bien poseía un carácter clemente y generoso era capaz de imponerse cuando las circunstancias lo requerían. Y vaya manera de imponerse. Las turbulencias no volvieron a repetirse sino al fin de su rectorado, cuando las pasiones políticas de la vía pública contagiaron a los alumnos. Lo cual, podemos dar fe, generalmente ocurre.
En las agitaciones políticas de 1850-1851, la revuelta comenzó con el alzamiento de peones y gañanes en San Felipe, y rebotó en el Instituto Nacional con un primer estallido provocado por la oposición de los alumnos de la Academia de leyes y Práctica Forense a la nota de felicitación que su director don Juan Francisco Meneses envió a don Máximo Mujica, presidente de la Academia, por su nombramiento de ministro de justicia. Mujica era reconocido partidario de Manuel Montt a la presidencia. El resultado fue la expulsión de la Academia del bachiller en leyes don Benjamín Vicuña Mackenna. Y aunque éste volvió a ser admitido, no escarmentó y tomó parte activa en los movimientos revolucionarios integrando la Sociedad de la Igualdad junto a sus amigos Manuel Recabarren y Francisco Bilbao. Con motivo de la publicación de “El crepúsculo de Santiago” (1843) Bilbao ya había sido expulsado del Instituto en 1844.
Y ahora no más, durante el gobierno de Eduardo Frei Montalva (1964-1970) siendo rector don Clemente Canales Toro, el colegio también sufrió una toma por parte del alumnado, el cual seguramente alertado, al momento del desalojo por parte de carabineros, no encontró a nadie. Los alumnos subrepticiamente habían desaparecido. En ese tiempo también la campana del llamado a clases estuvo desaparecida por más de un año. Nunca se supo quienes la “secuestraron”.
Bromas aparte, no es extraño entonces ver al Instituto Nacional y sus alumnos tomar partido y comprometerse con el acontecer del país y sus corrientes políticas. Muchos de ellos, alumnos y ex alumnos, en todos los ámbitos jugaron un rol importantísimo en la recuperación de la democracia, y hoy los ex alumnos juegan un papel más que fundamental en la administración de las instalaciones que fueran “las catacumbas”, el Centro Cultural CEINA, Centro de Ex alumnos del Instituto Nacional, un espacio privilegiado la difusión de las artes, la culturas y las ciencias, con salas extraordinarias y una administración impecable.
Pero nunca las celebraciones de aniversario hasta ahora se habían suspendido, más allá de discrepancias y diferencias, cada 10 de agosto se entonaba el “Que vibre compañeros el himno institutano, el canto del más grande colegio nacional…” por así decir, de Arica a Magallanes, ex alumnos repletaban “El Parrón” de Avda. Providencia, la “Casa Vieja” de Chile-España, y junto con ello, sus alumnos lucían los mejores resultados, los más brillantes generalmente en la muy laica Universidad de Chile que los recibía en masa, cien por ciento de ingreso, ninguno quedaba fuera. Hoy no ocurre lo mismo, antes al contrario, pese al esfuerzo de muchos docentes y el compromiso de muchos de sus alumnos.
El Instituto no distinguía diferencias sociales, llegaban quienes quisieran estudiar, alentados por sus padres desde quinta preparatoria, externos y medio pupilos y pasaban a integrar la comunidad institutana, fútbol, basquetbol y atletismo, boy scout, academia de letras, de ciencias…
Qué pasó, por qué Chile perdió el aprecio al Instituto y todos esos colegios que fueron sus pares, el Aplicación, el Siete, el Uno, el Tres de niñas, el Lastarria, el Barros Borgoño, el Barros Arana… Es probable que la educación pública de calidad hoy carezca de interés, la excelencia de la que gozó seguramente generó en su tiempo resquemores y las decisiones que desembocaron en este resultado tal vez, a la luz de los resultados, pareciera que no fueron las más acertadas.