MASONERÍA AL DÍA / 1° de Mayo: Día de los Trabajadores, un recuerdo necesario.

1° de Mayo: Día de los Trabajadores, un recuerdo necesario.
Juan Recabarren-Comisión Laboral GLCH
Cada primero de mayo, en una buena parte del mundo occidental, se destina ese día a recordar y a demandar… los dos componentes inseparables de esta amarga historia. El recordar tiene ese papel insustituible de mantenernos alertas para no repetir lo malo y agradecer lo bueno. Como la mayoría de las efemérides, ésta también tiene un origen trágico que es útil recordar sobre todo hoy en que el vértigo de la vida cotidiana parece absorbernos de tal manera, que no nos deje espacio para hablar con las nuevas generaciones acerca del valor que tiene el pasado, como oportunidad de sacar lecciones que nos permitan tomar mejores decisiones en el futuro.
Por ello, daremos unas pocas pinceladas de la historia del Día de los Trabajadores. El origen de la conmemoración, como se sabe, nos refiere a un lejano sábado primero de mayo de 1886, día en que 200.000 trabajadores de Chicago iniciaron una huelga, como parte de una campaña que se proponía lograr una jornada de 8 horas de trabajo, cuando lo común eran 14 horas o más. La explotación no tenía límites. En particular, en Estados Unidos que tuvo un mayor impulso en la segunda revolución industrial (1850-1914 aproximadamente, la mano de obra era escasa, a pesar de la inmigración, y el crecimiento enormemente acelerado. Este fenómeno explica, en parte importante, la necesidad de largas jornadas de trabajo. Hay que considerar que en esa época no existía parámetro alguno, más allá de la imperfecta oferta y demanda, para la fijación de los salarios. Como quiera, los efectos de la Revolución Industrial se hacían sentir en todo el orbe. Las incipientes ciudades que florecían por una burguesía emprendedora, absorbían y llamaban a los antiguos campesinos a desplazarse hacia ellas en busca de mejores horizontes pero, por lo general, se encontraban con la explotación y la pobreza.
Esta nueva clase trabajadora, libre para vender su fuerza de trabajo, enfrentada a esta situación de pobreza y explotación, fue campo fértil para hacer surgir un movimiento de lucha en contra de los que ostentaban, crecientemente, el poder económico. El anarquismo que se anclaba en la libertad individual absoluta y, por tanto, rechazaba toda forma de control externo (incluyendo al Estado) y los movimientos proletarios que, sustentados en los análisis y teorías de Carlos Marx, encabezarían una amplia organización social y política, que se materializaba en gremios y sindicatos. Su crecimiento y pujanza trascendía las fronteras y, por ello, constituyeron estructuras internacionales que eran capaces de coordinar la lucha en varios y variados territorios. En 1864 se fundaba en Londres la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT), conocida también como Primera Internacional que agrupo, en un comienzo, a los sindicalistas británicos, a los anarquistas y socialistas franceses y a los italianos republicanos. Karl Marx, Friedrich Engels y Mijaíl Bakunin figuraron entre sus colaboradores, pero fueron precisamente sus controversias y desacuerdos los que llevaron a la separación entre los anarquistas de Bakunin y los marxistas. En 1872 el Consejo General de la AIT se trasladaría a Nueva York producto de la nueva realidad generada por la derrota de la Comuna de París, intento revolucionario por tomar el poder de París para los trabajadores.
En el continente americano, particularmente en EEUU ya en 1829 se había formado un movimiento para solicitar la jornada de ocho horas en Nueva York, donde sólo se prohibía trabajar más de 18 horas, a menos que fuera necesario. Pero no será hasta 1884 que la Federación Estadounidense del Trabajo (American Federation of Labor) en su cuarto congreso acordara que a partir del 1° de mayo de ese año de 1884, la jornada de trabajo debería ser solo de 8 horas, llamando a sus afiliados a iniciar una campaña de presiones a las legislaturas Estatales para que dictaran leyes en ese sentido, culminando con huelgas si no se lograba esa fundamental reivindicación. La máxima de «ocho horas de trabajo, ocho horas de ocio y ocho horas de descanso» impulso a materializar la paralización en Chicago, aunque en otros Estados ya se había logrado tal objetivo con la sola amenaza. La Huelga en la segunda ciudad de la nación norteamericana detuvo su funcionamiento, con la excepción de una fábrica de maquinaria agrícola que, aunque sus trabajadores se encontraban en huelga desde el 16 de febrero, había logrado mantener su actividad por la vía de la contratación de otros operarios que se prestaban para romper la huelga. Estos grupos de rompehuelgas fueron conocidos popularmente en nuestro país como “esquiroles” o “amarillos”, a los que se recurría continuamente en todo el orbe para aquella aviesa tarea. Esta situación encendió la chispa que llevaría a la tragedia. El 3 de mayo, más de 50.000 trabajadores llegaron hasta las puertas de dicha empresa, a la hora en que terminaba el turno de los esquiroles, produciéndose una batalla campal entre ambos grupos hasta que la policía intervino disparando a mansalva sobre la muchedumbre, produciéndose 6 muertos e infinidad de heridos. Una famosa proclama escrita por el periodista Adolph Fischer en que afirmaba que “la guerra de clases ha comenzado” concluía convocando a un acto de protesta para el día siguiente en la conocida plaza Haymarket. El resultado fue catastrófico. Nunca se pudo probar quién fue el autor de que una bomba estallara en medio de un grupo de policías que vigilaba la concentración. Un muerto y varios heridos provocó que las fuerzas policiales abrieran fuego contra la multitud matando al menos a 38 personas y dejando heridos a más de 200. Fueron detenidos centenares de trabajadores y los identificados como dirigentes, entre ellos 8 anarquistas y todas las figuras destacadas del movimiento obrero. 31 de ellos enfrentaron juicios… cinco fueron ejecutados y los demás condenados a prisión. El periodista autor de la citada proclama estuvo entre los cinco condenados a muerte.
En general los estudiosos sobre el tema tienden a coincidir que este hecho marcó un punto de inflexión en el movimiento de los trabajadores en el mundo, porque se logró consolidar la idea de que los obreros eran capaces de organizarse y tener demandas concretas que los movilizaban en todo el orbe.
Así, en nuestro país los trabajadores empiezan a organizarse en sindicatos y mutuales también a fines del siglo XIX cuando la economía se veía próspera y pujante tras ganar la Guerra del Pacífico. Los obreros, principalmente mineros, portuarios, ferroviarios e industriales, daban los primeros pasos de una potente organización sindical que luchaba contra los bajos salarios y las interminables jornadas de trabajo en un sistema de intensiva explotación. Su fortaleza se manifestaba en grandes huelgas generales, que se iniciaron en 1890.
Se puede ubicar la primera conmemoración masiva del 1° de mayo en 1906 respondiendo, de algún modo, al acuerdo alcanzado por la II Internacional reunida en Ámsterdam, en 1904, que convocaba a “todos los partidos, sindicatos y organizaciones socialdemócratas” a demandar en ese día de conmemoración la jornada de 8 horas y, en general, el conjunto de reivindicaciones de los trabajadores para “conseguir la paz mundial”. La sangre de los obreros caídos en la Escuela de Santa María de Iquique, en 1907, fortaleció el carácter épico de esas grandes huelgas que, lejos de aplacar el empuje organizativo, marcó el ascenso de esta lucha plasmada en una ola de huelgas entre Coquimbo y Punta Arenas, en parte dirigidas ahora por la Federación Obrera de Chile (FOCH) fundada en 1909. Productos de estas importantes movilizaciones fue surgiendo una incipiente legislación social, como el descanso dominical, los días feriados, la silla para empleados y obreros del comercio y salas cunas en los establecimientos industriales, pero había aún muchas demandas insatisfechas, sobre todo respecto de los contratos de trabajo, protección ante la enfermedad y los accidentes y el reconocimiento de la organización sindical.
Será hasta el gobierno de Arturo Alessandri, en 1925, que se decretará feriado legal el día 1° de mayo, en el marco de un llamado a paro por parte de la FOCH y la International World Workers (IWEW), de orientación anarquista. Las actividades de conmemoración y demanda movilizaron miles de trabajadores en distintas actividades públicas culminando con un acto unitario de ambas centrales en el Teatro Esmeralda de Santiago. En este gobierno, se aprobaron una serie de reformas en la legislación laboral y como se señalara en el prólogo del libro de Moisés Poblete Troncoso “El movimiento obrero latinoamericano”, publicado en 1946 por el Fondo de Cultura Económica, “la labor legislativa sobre las cuestiones económico-sociales en el período de 1919 a 1923 es inmensamente superior a la de todos los años anteriores del presente siglo”. Tanto es así que el mismo Moisés Poblete Troncoso fue el autor del proyecto del Código Laboral que el presidente presentara al Congreso en junio de 1921. También, las luchas de los trabajadores chilenos fueron y, posteriormente, siguieron siendo el motor del avance de la justicia en materias laborales. Ininterrumpidamente las jornadas de movilizaciones que año a año se convocan en torno al 1° de mayo, eran y son el momento de reiterar que aún queda mucho por hacer en estas materias para alcanzar la justicia que debe haber entre capital y trabajo y, sin duda, en todos los ámbitos de la vida en comunidad.
En esa búsqueda se inscribe, de nueva cuenta, esta conmemoración reiterando nuestro agradecimiento y admiración a todos aquellos dirigentes que condujeron a las y los trabajadores a librar esas batallas llenas de sacrificios y entrega, en las que algunos entregaron sus propias vidas, pero que, al final, han permitido que avancemos en hacer que el trabajo no sea un castigo sino la verdadera oportunidad de vivir.